Retrospectiva Albertina Carri

Albertina Carri

Por Michele Arturi

Albertina Carri es, como se manifiesta en la constancia de una producción reconocida a nivel internacional, una de las artistas contemporáneas más importantes de Latinoamérica. Se caracteriza por una versatilidad constante en los géneros y materiales que aborda, que le permite potenciarlos desde un diálogo entre la búsqueda creativa propia y la intervención concreta en las inquietudes sociales. Nació en Buenos Aires en 1973 y estudió guion en la Universidad del Cine (FUC). Dirigió las películas No quiero volver a casa (2000), Los rubios (2003), Géminis (2005), La rabia (2008), Cuatreros (2017) y Las hijas del fuego (2018), con las que participó de los festivales de Cannes, Berlín, Toronto, San Sebastián y Buenos Aires, entre otros. Fue directora artística de las tres primeras ediciones de Asterisco Festival Internacional de Cine lgbttiq+ de Argentina, en el que actualmente trabaja como programadora.

Si ya en Los rubios es palpable el recorrido que establece su biografía artística, que sondea en las formas de la representación de la memoria y de la historia, con Cuatreros vuelve a elaborar desde la memoria histórica y personal. En este film establece una narrativa que se organiza a partir de retazos de archivos fílmicos, con los que extrapola desde la violencia en su propia biografía las marcas de la violencia política que atraviesan la historia argentina reciente. Luego, con La rabia y mediante los dispositivos de la ficción, reflexiona sobre la naturalización de las violencias constitutivas de determinados cuerpos y territorios, los de infancias y subalternidades, poniendo de manifiesto estructuras sociales de dominación que se anticiparon a las intervenciones masivas feministas de los últimos años. Aquí también, como luego profundizará, la violencia de los vínculos sociales, familiares e institucionales se contrasta desde la capacidad de ternura que expresan sus personajes. Así, en su último largometraje Las hijas del fuego, crea la fantasía del porno para proponer una vía posible desde los afectos, la fuga colectiva y la amistad como modo de vida.

La obra de Carri, cuyo recorrido lleva ya un cuarto de siglo, se ha ido transformando en función de la elaboración concreta de sus temas, materiales, recursos y medios. De este modo incorpora a su producción la escritura en poesía y prosa con Retratos ciegos (2021) y Lo que aprendí de las bestias (2022). Pero también la reorganización los materiales fílmicos desde los que se sumerge en las potencias de la imagen, el movimiento y el sonido en las instalaciones audiovisuales de las muestras “Operación Fracaso y El sonido recobrado” (Buenos Aires, 2015) y “Cine puro” (Berlín, 2022).

La indagación multimodal, entonces, que realiza los últimos años pone de manifiesto una serie de ejes, temas y tensiones que a cada paso se transforman para decirnos más.

En este sentido, el medio y el  efecto de estas intervenciones es la dislocación del orden familiar. Si dislocar implica correr del lugar esperado y el locus se presenta múltiple en sus acepciones, estos movimientos imprimen un modo de entender y contemplar la organización de lo humano a la vez desde su intimidad y sus efectos. Familia, verdad, violencia: instancias concretas que se proyectan desde lo humano para manifestar sus efectos, y la ternura que aparece como resistencia, como punto de fuga, de goce y de transformación. La condición de lo humano queda puesta en jaque, así, desde una incomodidad latente e insoslayable. ¿A dónde (a qué lugar, hacia quiénes) dirigimos nuestras sospechas. A dónde la violencia que encarnamos. ¿Hay posibilidad de un punto de fuga sin atravesar las violencias que nos conforman? La incomodidad de plantean estas preguntas es una constante que Albertina Carri conoce de cerca y desde la que se para para producir e interpelar.

Este mecanismo requiere, claro, no solo del recorrido, sino además de un abordaje del espacio territorial que imprime a sus obras la sensorialidad que requiere la intervención en los abismos de lo humano. Humanidad y monstruosidad, animalidad y ternura como instancias que dialogan y se tensionan entre sí para dar cuenta de los efectos que unas tienen sobre las otras.

Así, propone un punto de llegada posible desde estas indagaciones que se encarnan en los cuerpos. Estos son aquellos que vienen a aprender y denunciar la violencia constitutiva de dichas instancias de lo humano: los niños, los animales, los monstruos; los amigos que lejos de la mirada que prescribe, invitan a preguntarnos por su constitución y potencias. Qué es humano, qué animal y dónde se localizan y encarnan esas definiciones: un punto específico desde el cual el conjunto de la obra de Carri se interroga a sí misma para devolver una modulación que trasciende e interpela evitando las respuestas sencillas.

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